Hipogea, hipocosmos, hipoeimi...

Llega un momento en el que ves todo como lo debías haber visto antes... Llega ese momento en el que despiertas de un sueño que creías real, cuando parece que nada puede suceder, un dèjavu vuelve a la mente, te vuelves a despertar y sientes lo mismo. El hipocosmos, un mundo del submundo enterrado en los más profundo de cada ser que reluce en contadas ocasiones y deja ver al desnudo cómo es cada uno o lo que tenemos enterrado en una de esas tumbas del cementerio del olvido. En ese hipocosmos habita lo más oscuro, entes que toman forma y se convierten en pesares, en dudas o sentimientos negativos que intentas rechazar pero que es imposible porque forman parte de ti. Es súmamente curioso cómo por evitar el dolor, renegamos de todo esto sin tener en cuenta que es parte de nosotros, sólo cuando has vivido un sólo día en ese hipocosmos eres testigo de que verdaderamente existe y que es tan real como cualquier cosa. Por ello, como humanos que somos, intentamos salir de ese hipocosmos, intentamos evadirnos de él y salir a flote, pero nunca está demás reconocer que todos hemos nacido en él...